A todos los hermanos y hermanas de los oasis – realidades de la Koinonía Juan Bautista

¡Cristo ha resucitado!

Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?” (Lc 10,25).

Con esta pregunta un doctor de la ley se dirige a Jesús, con el propósito de ponerlo a prueba. El corazón de este experto de la ley no es recto en su intención, pero, ciertamente, la pregunta dirigida a Jesús es fundamental y es bueno que nos la planteemos, sobre todo durante el tiempo cuaresmal.

En la pregunta, el empleo de la expresión “hacer para” pone en evidencia la mentalidad típicamente hebrea del doctor de la ley y quiere indicar que no podemos ser buenos y santos sin hacer algo que provoque o que muestre nuestra bondad. En otras palabras, no basta con no hacer el mal o con permanecer simplemente indiferentes ante las necesidades o las demandas que hay a nuestro alrededor, sino que debemos participar y hacer nuestra parte, sin dejar de tener en cuenta siempre la gratuidad de la salvación en Jesús.

Volviendo a la pregunta, el Maestro responde con otra pregunta: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees?”. Y el otro, por supuesto, demuestra conocer verdaderamente la esencia de la antigua alianza citando el Shemá Israel: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas” (Dt 6,5).

Así pues, nuestro hacer se concreta con el verbo amar y, en primer lugar, amar a Dios.

Con todo el corazón, significa poner al Señor en el centro de nuestra vida y de nuestro actuar. De palabra resulta fácil, pero en la vida cotidiana experimentamos la fragilidad de nuestro corazón y, por tanto, de nuestras decisiones en lo referente al amor. Con facilidad, sin embargo, vemos hermanos y hermanas que incumplen la decisión tomada libre y espontáneamente de amar al Señor en la virginidad o en el matrimonio. Significa que el corazón lenta pero inexorablemente se ha enfriado y ha cultivado sentimientos diversos y contrarios a la elección inicial. Somos expertos en el uso de los móviles y de los ordenadores, estamos fascinados por la tecnología, pero no sabemos cómo gestionar los sentimientos que nacen en nuestro mundo interior. No nos damos cuenta de que, incubados y alimentados, pueden llevarnos lejos de la comunidad, de la esposa o del esposo y, finalmente, del Señor.

La fidelidad, que es la virtud que caracteriza el amor, cuando es traicionada genera en el ámbito comunitario desánimo, inseguridad, miedo, desilusión y tantas otras situaciones de malestar, y puede llegar a veces incluso a la desesperación. Debemos, por tanto, custodiar nuestros corazones y, si es necesario, estar dispuestos a inmolar aquello que nos distrae del compromiso asumido.

Con toda el alma, significa estar dispuestos a amar a Dios hasta donarle la sangre, que en la biblia es la vida (Lv 17, 14). Es el amor propio de los mártires, dispuestos a morir con tal de no traicionar al Amado, y no hay duda de que el amor auténtico, más pronto o más tarde, llamará a nuestra puerta y nos pedirá cuentas: ¿Cuánto estás dispuesto a inmolar? ¿Hasta dónde llega tu amor?

Con todas las fuerzas, según una antigua tradición hebrea, significa con todos nuestros dineros, empleando nuestros bienes materiales.

La llamada al amor, por tanto, involucra toda nuestra existencia y Jesús, en el evangelio de Mateo, en el capítulo 6, nos dice concretamente cómo amar, partiendo precisamente de las tres dimensiones del Shemá Israel:

  • Con todo el corazón: orando, no para que nos vean, sino con el corazón vuelto hacia Él y dispuesto a hacer lo que Él nos pide. Y si la oración se ha convertido para ti sólo en sinónimo de intercesión, este es el momento de estar ante Él y dejarlo hablar, porque Él es el Maestro y quiere animarte y, si es necesario, corregirte.
  • Con toda el alma: ayunando, pero no con el rostro pálido y sufriente. Recobremos juntos la fuerza para ayunar, siendo conscientes de que ayunar significa amar, y el amor recompensa siempre.
  • Con todas las fuerzas: dando limosnas, sin tener miedo a exagerar en la generosidad y confiando en el Señor que ama a quien da con alegría” (2 Cor 9,7).

Querida hermana y querido hermano, la cuaresma es una oportunidad que Jesús nos da para verificar la calidad de nuestro amor y, como toda oportunidad, de nosotros depende el aprovecharla o no. La invitación que te dirijo es la de añadir cantidad y calidad a la oración, inmolar el alcohol (como buen Juan Bautista) y ser generoso.

Que el Señor nos bendiga y nos conceda en esta Pascua la gracia de salir de los esquemas del egoísmo y de poner en el centro de nuestro corazón al hermano, que es nuestro prójimo y sacramento de Cristo.

¡Feliz Pascua!

Tiberíades, 22 de febrero de 2020

p. Giuseppe De Nardi
Pastor general