A todos los hermanos y hermanas de los oasis – realidades de la
Koinonía Juan Bautista

¡Cristo ha resucitado!

Querida hermana/querido hermano:

Ha pasado un año desde el inicio de la pandemia y de las restricciones con las cuales, más o menos todos, nos estamos enfrentando todavía. Tantas cosas han cambiado en el modo de vivir y sobre todo en nuestra manera de relacionarnos, que se distingue por un caluroso recibimiento, expresado a través del beso, abrazo y dándonos la mano. Por muy largo que pueda ser este tiempo, tendrá un final y, antes o después, lentamente y por zonas, pero inexorablemente, volveremos a aquella que llamamos “normalidad”. Apenas lo hagan posible las circunstancias, no nos resignemos al distanciamiento y no nos dejemos atrapar por el engaño de que será necesario cambiar el modo de proceder o el estilo de vida, sino que estemos preparados para retomar nuestra vida típicamente koinónica.

Entremos por tanto en esta “oportunidad cuaresmal” que nos prepara para la fiesta de Pascua, sacudiéndonos los miedos, amarguras, cerrarse en sí mismo, juicios y todo lo que huele a desconfianza; con la firme voluntad de resurgir y de reanimar nuestras relaciones, en particular la relación con Jesús, que es el Señor de la vida.

La relación con Jesús se ha llamado tradicionalmente “oración”, y en Juan Bautista tenemos no solo un gran ejemplo de hombre de oración, sino también de maestro, tanto que es capaz de suscitar una especie de deseo de imitarlo en el corazón de los mismos discípulos de Jesús: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos» (Lc 11,1).

Aunque ya se haya tratado ampliamente, no resulta en absoluto inútil reafirmar este tema, dado que en la vida espiritual es fundamental alcanzar el habitus de la oración, es decir, un hábito adquirido y consolidado que, cuando se ha alcanzado, nos produce un sacrosanto malestar si, a lo largo de la jornada, no hemos transcurrido el tiempo establecido con Jesús. Respecto a este objetivo, todos somos conscientes de que las insidias son muchas y el diablo hace de todo con tal de distraernos del Amado.

También hoy Jesús nos renueva su amistad diciéndonos: «Ya no los llamaré siervos, sino amigos» (cfr. Jn 15,15). El verbo “hacer” es lo que caracteriza al siervo, mientras que el amigo está llamado a “ser” tal. Si, después, en este ser hay alguna cosa que hacer, este hacer es amar, y la oración es la expresión más elevada del amor, porque es “estar con el Amigo”.

¡Nos guste o no, el futuro de la Koinonía depende de la fidelidad de todos y de cada uno, y nuestra fidelidad depende de nuestra oración!

El Bautista es también un personaje koinónico, porque no solo vive en comunidad sino que predica a todos el principio fúndante de la vida común, que es el compartir: «Quien tenga dos túnicas, dé una a quien no tiene, y quien tenga comida compártala con quien no tiene» (Lc 3,11).

Este versículo contiene el ADN, la huella genética de toda vida koinónica. La Iglesia descrita en los Hechos de los Apóstoles no es arqueología de Jerusalén, sino un icono, una imagen ejemplar con la cual la comunidad cristiana está llamada a medirse en el curso de la historia. En ella, lo que resplandece es el compartir querido y movido por el Espíritu Santo que reina en el corazón de los creyentes y los empuja a construir relaciones donde ninguno pase necesidad y todos tengan lo necesario. La crisis económica causada o agravada por la pandemia, que está afligiendo a muchas de nuestras familias y que continuará también después de que hayamos salido de la emergencia sanitaria, nos exhorta a ser solidarios entre hermanos y entre comunidades. Somos de hecho una gran familia, desplegada por los cinco continentes y en países con menores recursos económicos respecto a otros, pero no por esto imposibilitados para compartir otros tipos de riqueza que quizá escasean en los países opulentos. Estoy seguro de que, en este momento, como individuos, parejas o comunidades, tendremos la posibilidad de hacer “ejercicios de solidaridad”, sean pequeños o grandes, porque lo importante es que se lleven a cabo con libertad, gozo y caridad.

Queridos amigos, junto con el padre Fundador, les pido que vivan intensamente y de modo concreto la oración unida al compartir, y que se abstengan, durante estos cuarenta días, de todo tipo de bebida alcohólica, a imitación del Bautista: «No beberá vino ni licor, quedará lleno del Espíritu Santo» (Lc 1,15).

La cuaresma es un momento favorable para renovar nuestra amistad con el Señor y con la comunidad, y para dejarnos modelar y unir como piezas llamadas a formar el gran mosaico de la Koinonía Juan Bautista.

Que el Señor nos bendiga y nos conceda el gozo típico de la Resurrección.

Tiberíades, 16 de febrero de 2021

p. Giuseppe De Nardi
Pastor general