III DOMINGO DE PASCUA

Domingo 14 de Abril de 2024
Lc 24,35-48

Jesús dijo: «Está escrito: el Cristo sufrirá y resucitará de entre los muertos, y en su nombre serán predicados a todos los pueblos la conversión y el perdón de los pecados, comenzando en Jerusalén».
(Lc 24,46-47)

Si tuviesemos qué resumir en una palabra el don que Jesús nos hace, podriamos decir: ¡el perdón! Este mensaje de salvación y de Gozo se difunde «comenzando en Jerusalén»! Esa no es solo una ciudad, es un santuario, es el altar mismo en donde el Hijo de Dios fue inmolado y después de Tres días resucitó.

Para comprendere mejor el secreto de Jerusalén, es necessario relacionarla con otra ciudad simbólica: Babilonia. Para la Bibbia, no son solo dos ciudades, sino dos conceptos teológicos y dos mundos opuestos, en un contraste que durará hasta que una de ellas desaparezca. La palabra Babilonia viene dal ebreo babel y para comprenderla es necesario retroceder al tiempo, en que los hombres dijeron: “Vengan, construyamos una ciudad y una torre, cuya cima toque el cielo y seamos famosos” (Gen 11,4). A través de una gran torre, querían alcanzar a Dios. Es símbolo de orgullo, soberbia, arrogancia… Dios no estaba de acuerdo con éste proyecto, tanto que los dispersó y confundió, impidiéndoles alcanzar el objetivo. ¿Por qué? Porque en su corazón tenía algo diverso, inconcebible para la mente humana, una voluntad que se entrevee con la petición hecha a Abraham de inmolar al hijo de la promesa, el amado Isaac. De acuerdo con la tradición bíblica, este evento sucedió en el monte Moria (cfr. 2Cr 3,1), en el lugar donde después se construyó El Templo y donde, El Hijo de Dios será inmolado: ¡Jerusalén!

Babilonia representa a la humanidad que, más o menos abiertamente, quiere tomar el lugar de Dios y salvarse sola: la carne que se hace Dios. Al contrario, Jerusalén es el símbolo que nos recuerda la voluntad que Dios tiene de habitar en nosotros, de entrar en los detalles de nuestra vida, de enfrentar con nosotros los desafíos cotidianos. Jerusalén-Belén representa a la humanidad que docilmente espera el proyecto salvífico de Dios: Dios que se hace carne, el Emmanuele.

¡Que la mentalidad de Jerusalén crezca sempre más en nuestro corazón y que abiertos al perdón que de ella emana, nos convirtamos en canales del perdón!

p. Giuseppe