COMENTARIO AL EVANGELIO – III DOMINGO DE CUARESMA (B)

Domingo 3 de Marzo de 2024
Jn 2,13-22

«Los judíos intervinieron y le preguntaron: “¿Qué señal nos ofreces como prueba de tu autoridad para hacer esto?”. Jesús respondió: “Destruyan este templo, y en tres días yo lo levantaré de nuevo”. Los judíos le dijeron: “Han sido necesarios cuartenta y seis años para edificar este templo, ¿y piensas tú reconstruirlo en tres días”. Pero el templo del que hablaba Jesús era su propio cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó de entre los muertos, los discípulos recordaron lo que había dicho, y creyeron en la Escritura y en las palabras que él había pronunciado».
(Jn 2,18-22)

Sin lugar a dudas el episodio de la expulsión del templo de los vendedores nos presenta a un Jesús inesperado, extraño a su usual representación desbordante en bondad, mansedumbre, dulzura, comppostura… Y sin embargo es el mismo Jesús: bueno y no bonachón, manso y humilde, pero que no se deja comprar, ni mucho menos permite que se puedan comprar favores del Padre. Un Jesús que conoce nuestras intenciones y las desenmascara, sin hablar a las espaldas; un Jesús Pastor que no se deja guiar por los deseos y sentimientos de la grey, como sucede seguido.

La presencia de los mercaderes de animales para los sacrificios y de los cambistas en el área del templo estaba justificada, pero Jesús, porque conoce las intenciones de los corazones, proclama: «¡Saquen estas cosas de aquí y no hagan un mercado de la casa de mi Padre!». Que no avance la idea de que con el Dios de Israel se puede regatear, porque es tan bueno… ¡Lo que ha llamado pecado es pecado, aún cuando la sociedad no lo retenga así. Él no cambia de idea!

Jesús, después profetiza con respecto a su cuerpo: «Destruyan este templo y en tres días lo haré resucitar». Cuando el hecho se verifica con su resurrección, los díscipulos recuerdan esta profecía y creen en la Escritura. ¡La profecía, entonces, no tiene tanto la finalidad de preveer el futuro, sino el de discernir el presente

El evento de la expulsión de los vendedores del templo nos recuerda que no sólo Jesús es el Templo, sino que también cada uno de nosotros es templo del Espíritu Santo, en virtud de la purificación que jesús ha obrado, como reitera Pablo en la Primera carta a los Corintios: «¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?» (1Cor 3,16).

p. Giuseppe