XXXIV DOMINGO DEL T.O. (A)

Domingo 26 de Noviembre de 2023
Mt 25,31-46

«Y el rey les responderá: “Les aseguro que cuando lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron (…) Cuando dejaron de hacerlo con uno de estos pequeños, dejaron de hacerlo conmigo”. E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna».
(Mt 25,40.45-46)

En la víspera de la Pascua, Jesús invita a sus discípulos a una vigilia activa y emprendedora como anticipación de su regreso. Su enseñanza se cierra con la descripción profética del famoso «Juicio Final» o «Juicio Universal», que tendrá lugar al final de los tiempos y será personal, para cada uno según sus obras. ¿Cuáles son los criterios para este juicio? Jesús habla de seis obras de misericordia: alimentar al hambriento, saciar al sediento, recibir a los extranjeros, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y visitar a los prisioneros. Estas obras se desvían un poco de las obras de misericordia tradicionales del judaísmo; Por ejemplo, se omite el entierro de los muertos, pero se añade la visita a los presos, ¡sin especificar si deben estar en la cárcel injustamente! Son precisamente estas obras, realizadas o no, las que sitúan al juez a la derecha o, desgraciadamente, a la izquierda, del Hijo del Hombre.

Pero hay más, Jesús al justificar la sentencia dice: «Porque tuve hambre, y me dieron de comer…». Los juzgados se asombran: ¿cuándo lo vieron en tal condición? La respuesta es que Jesús se identifica con los pequeños, con los más necesitados, con los que, según la mentalidad del mundo, cuentan menos o nada, con los que son considerados parásitos de la sociedad… En cierto modo, se convierten en un «cuasi-sacramento» de la presencia de Jesús en medio de nosotros. Jesús es un rey que muestra su realeza a través de la necesidad, un rey que me juzga a través de la ley del amor al prójimo y a los necesitados, no solo al final de los tiempos, sino todos los días de la vida.

Preparémonos, pues, para este juicio, poniendo atención para descubrir la presencia de Jesús en nuestros hermanos y hermanas, ¡incluso en aquellos que nos son incómodos! – a los que encontramos todos los días. Este es el fascinante misterio de su presencia.

p. Giuseppe