XVII DOMINGO DEL T.O. (A)

Domingo 30 de Julio de 2023
Mt 13,44-52

«El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra y lo esconde; luego va, lleno de alegría, vende todos sus bienes y compra aquel campo».
(Mt 13,44-52)

Jesús va de pueblo en pueblo alrededor del mar de Galilea para predicar la Buena Nueva. El contenido de su evangelio es el Reino de Dios (o Reino de los cielos). No es fácil transmitir un contenido tan nuevo y ajeno a este mundo, por eso el Maestro hace uso de un lenguaje con similitudes que, partiendo de realidades conocidas, sencillas y cotidianas, remite a una realidad superior. Así, en su predicación, Jesús suele comenzar diciendo: «El reino de los cielos es semejante a…», como leemos en Mt 13,44: «El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra y lo esconde; luego va, lleno de alegría, vende todas sus posesiones y compra aquel campo».

Este versículo es el corazón de la buena nueva, la esencia del reino de los cielos. Habla de un tesoro, de un bien de gran valor, escondido bajo tierra. Un hombre -probablemente un arrendatario del campo- lo encuentra inesperadamente. No era raro que, en tiempos de guerra, se escondieran tesoros. El hombre vuelve a esconderlo para no dar a conocer su descubrimiento, tras lo cual se va, no se queda quieto; corre con alegría para ir a vender todas sus posesiones y comprar aquel campo.

El tesoro es Jesús; quien se encuentra con Él, rebosa de alegría, tanto que espontáneamente, sin coacción, va y vende lo que posee, ¡da! Como Pablo de Tarso, que escribirá a los Filipenses: «Por Él he renunciado a todas estas cosas y las considero basura [literalmente: excrementos], para ganar a Cristo» (Flp 3,8).

Sin embargo, a menudo, cuando evangelizamos, hacemos lo contrario: pedimos «venderlo todo» antes de haber encontrado el tesoro de la vida: ¡Jesús! Evangelizar con el «debes» no es eficaz; más bien, partamos de la urgencia de encontrar a Cristo, que se encarnó por todos los hombres, para hacernos experimentar las primicias del Paraíso ya en esta tierra. Una vez descubierta su presencia y saboreada su bondad, nos apresuramos espontáneamente a vender todo lo demás -que no vale nada en comparación- y ¡anunciar la salvación!

p. Giuseppe